Último viernes del último mes del año. Sí, me invade el sentimiento, la alegría pero sobretodo el amor y el agradecimiento. Solo han pasado 8 días desde Acción de Gracias y había perdido la noción del tiempo con las ocupaciones, pero no me olvidé de celebrarlo y tampoco de contarles. Como bien saben –si son lectores regulares de mis post– la semana pasada estaba en Miami por cuestiones laborales; de vuelta al sol, la playa, a los míos, a mi hogar. Retomé la rutina que dejé al mudarme a Europa a comienzos de este año, pero volví con nostalgia y felicidad a partes iguales. Y es que Thanksgiving es una de esas fechas que no se dejan pasar, que se celebran desde adentro y hasta lo alto, sobretodo si se hace con personas maravillosas. Eso no puede ser otra cosa que una bendición.
Justo volví a Madrid una semana después de la fecha y logré celebrar Thanksgiving weekend con amigos que se han convertido en la familia que me ha regalado la vida, amigos como Laura Mejía y Omar Cruz, mis cómplices viajeros y recolectores de momentos. Una amistad que sobrepasa las barreras del tiempo y el espacio, literalmente. Que se ha consolidado a pesar de no vernos siempre, esa es la clave. Celebrar amistades “para siempre” que, como ellos, me aceptan como soy, sin intentar cambiarme, sin intentar moldearme. Con ellos pasé mi regreso a Madrid recorriendo sitios llenos de encanto, como El Parque del Retiro de Madrid y su famoso Palacio de Cristal, de mis sitios favoritos en la ciudad.
Y es que noviembre fue un mes mágico. Algo así como una pre transición a lo que llega con el nuevo año 2019. Comencé con generar cambios importantes en muchos aspectos de mi vida, me sentí agradecida por mis seres queridos, por mi trabajos, por las lecciones aprendidas, por estar viva, por el mundo, por cada cosa tangible e intangible en mi vida. Es tiempo de agradecer y de encender el barómetro de emociones positivas. ¡Llegó diciembre!