Una de las mejores cosas de mi 2016 fue el poder volver a Colombia tan seguido, a Bogotá, para ser exactos. Tenía muchísimo tiempo sin visitar la capital de mi amado país, y este año que pude hacerlo regularmente solo trajo cosas buenas a mi vida: me descubrí como mujer, como persona y me recargué de amor, ilusiones y mucha paz. Quienes no la conocen esta fría ciudad alberga personas maravillosas y tesoros que vale la pena visitar una y otra vez.
Por primera vez en mucho tiempo llegué a esta ciudad cambiando los tacones por los tenis. Durante días me dediqué a descubrir destinos naturales y emblemáticos, como La Plaza de Bolívar y La Candelaria, y pequeños tesoros gastronómicos y culturales que ellos encierran. Disfruté de las “colombianadas” más increíbles, es decir, de cosas muy graciosas y ocurrentes que solo se pueden ver en Colombia, y de personas amables, alegres y carismáticas en cada esquina.
Con cada vuelta al territorio descubrí cosas nuevas, que a pesar de haber nacido en Colombia, desconocía. Tal vez porque lo hice con otros ojos, con los ojos del corazón. Me maravilló cada espacio, cada ser, cada bocado, cada respiro. Este volver marcó mi vida en todos los aspectos. Este año me deja muchos aprendizajes y reafirmó muchos pensamientos. El realismo mágico de mi país se impregnó en cada espacio de mi.
Por supuesto no viajé nunca sin mis inseparables de belleza, firmados por Neutrogena. Bloqueador, para las largas jornadas bajo el sol; Hidratante, para combatir las bajas temperaturas de la capital colombiana; mis toallitas, para refrescarme, y limpiadores.
Besos a la moda,